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Prefiero el cielo por el clima y el infierno por la compañía. W. Shakespeare

Soliloquio de soliloquio

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La comprensión del universo de la infancia es una de las labores pendientes de muchas ramas de la ciencia, y en concreto de la psicología. La importancia de esta etapa, en la que el aprendizaje va a ir permitiendo adquirir todas las destrezas de los humanos, fue limitada inicialmente a sus componentes utilitarios: aquellos procesos que emulan los de los adultos, que ensayan y permiten adquirir las habilidades más complejas que nos permiten luego movernos por el mundo. En esta concepción, ya superada, recurrir al animismo como hacen muchos niños, es decir, crear seres imaginarios o dotar de personalidad a seres inertes (un oso de peluche u otro juguete) era contemplado como parte de una etapa en la que todavía no se diferencia adecuadamente entre lo real y lo imaginario, entre el mundo fí¬sico, objetivo, y el subjetivo de los procesos mentales.

De esta manera, desde Freud hasta Piaget (el gran innovador de la psicología de la infancia), estos amigos imaginarios eran parte, no indeseable sino más bien imperativa, de un desarrollo, que acabaría en torno a los siete años, cuando se consideraba que el niño deberí¬a ser capaz de diferencia ese mundo interno de lo imaginario del mundo real. Y los niños que seguirí¬an teniendo esos compañeros invisibles, pasaban a ser, casi, sospechosos de un cierto retraso en su desarrollo cognitivo.

Más que teorías cientí¬ficas sobre la psicologí¬a evolutiva, realmente esta concepción mostraba más los prejuicios de los psicólogos adultos ante el valor del juego y de la imaginación y creatividad dentro de la infancia. Un panorama que ha ido cambiando en los últimos decenios y que, recientemente, gracias a nuevos estudios, ha quedado ya completamente descartado. En las Universidades de Washington y Oregon se ha venido desarrollando un amplio estudio a lo largo de varios años, siguiendo la evolución de 152 niños durante la fase denominada de pensamiento intuitivo, entre los cuatro y los siete años de edad, dirigido por la psicóloga Marjorie Taylor, quien ya en 1999 habí¬a publicado el libro Compañeros imaginarios y los niños que los crean (Oxford University Press).

En este libro avanzaba la idea de que estas creaciones personificadas tienen un valor más importante en el desarrollo de la personalidad, permitiendo al niño un desarrollo emocional y social en un entorno más seguro para él. No son por lo tanto un simple refugio del mundo real, sino un lugar de ensayo de habilidades que serán posteriormente puestas en acción en su vida. Igualmente, comenzaban a ver los psicólogos, esta fase no tení¬a necesariamente por qué circunscribirse a esa etapa previa a los siete años, sino que podrí¬a prolongarse a edades mayores, sin tener que ser consideradas como un problema psicológico, sino todo lo contrario.

En el número de diciembre de la revista Developmental Psychology (Psicolog¬a del desarrollo) se publican los resultados del estudio dirigido por la Dra. Taylor y Stephanie Carlson, en el que no sólo se ha evaluado a los niños y sus opiniones a lo largo de varios años, sino también a los padres. Las conclusiones son bastante sorprendentes: dos de cada tres niños tienen amigos imaginarios de los cuatro a los siete años, aunque muy normalmente los padres no suelen llegar a saberlo (algo más de una cuarta parte de los casos). Y una tercera parte de los niños en edad escolar lo siguen teniendo.

Se comprobó que las niñas, en edad preescolar, solí¬an tener más frecuentemente compañeros invisibles que los niños, aunque esa diferencia por sexos disminuye y a los siete años unos y otras lo tienen por igual. A menudo se trata de personas invisibles de su misma edad, aunque pueden ser en algunos casos mayores (una especie de amigo protector), pero en muchos casos son animales relativamente cercanos al niño, o bien muñecos de su entorno que adquieren caracterí¬sticas como la capacidad de hablar, recomendar hacer una u otra cosa, y opinar independientemente del parecer del niño. Uno de los aspectos que surge de este estudio es que sólo en casos aislados el amigo resulta ser hostil al niño.

Las conclusiones de los autores indican que esta actividad supone en efecto una mejora de las capacidades cognitivas del niño, porque son situaciones en las que él se somete a la necesidad de tomar decisiones o evaluar posibilidades. Así, entre los de siete años, se comprobó que quienes tení¬an amigos imaginarios obtenían resultados mejores que los otros en pruebas que evaluaban la comprensión emocional y el desarrollo social. La Dra. Carlson comentaba en una nota de prensa de la Universidad de Washington en Seattle: estos personajes proporcionan una función emocional sana, esa invención es parte importante de nuestro desarrollo cognitivo y social, algo que nos acompañará el resto de nuestra vida.

La desaparición de estas creaciones se suele dar por simple desinterés del niño. Como sucede con muchos juguetes, llega un momento en que se olvidan. Existe una persistencia, sin embargo, en un porcentaje no evaluado aún (aunque algunos estudios en preadolescentes lo han hecho notar), de estos amigos en los diarios personales que se escriben a edades entre 13 y 14 años. La Dra. Taylor ha encontrado, en un estudio que ahora realiza con novelistas adultos que, a menudo, la relación de los escritores con los personajes que crean en sus escritos es bastante similar a la que tuvieron de niños con sus amigos imaginarios, aunque serí¬a especular sacar conclusiones sobre la creatividad humana sin datos más completos.

Los Padres No Se Enteran

El estudio de las doctoras Carlson y Taylor detalla que sólo un 26% de los progenitores conocen la existencia de estos compañeros imaginarios de sus hijos. ¿Puro desinterés? A menudo son los niños quienes mantienen a sus creaciones aparte del mundo de los adultos: cuando llega mamá¡, el peluche vuelve a ser un peluche sin más. En el estudio, sin embargo, aparece una amplia diversidad de casos, algunos de los cuales evidencian el papel social y emotivo de estas creaciones: una niña tení¬a como colega un elefante rosa de su altura; otro niño tení¬a un amigo imaginario que a la vez tení¬a un perro imaginario a su puerta, que los asustaba si alguien de la familia estaba enfermo.

Frente a los prejuicios habituales, los niños con amigos imaginarios suelen tener más capacidad de desarrollar amistades reales, debiéndose desterrar ese prejuicio adulto de que un niño que tiene un compañero imaginario lo hace porque se cierra en un mundo irreal y no quiere aceptar el mundo real. Son simplemente compañeros de juegos que les permiten ensayar lo complejo de un mundo, el real, y sus relaciones sociales y emocionales.

Publicado en El Correo, Territorios, Ciencia-Futuro
Miércoles 29 de diciembre de 2004
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3/1/05 23:09 A Anonymous Anónimo le dió por decir ...

Yo sostengo que cada vez son mas las personas solas que veo por Bogotá. Y sostengo que cada vez son mas las personas que necesitan de una ficcion para soportar la realidad (internet)...y sostengo que los mejores amigos son los imaginarios...que siempre estan AHI.....que buena foto...Cristina    



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